Lo que comenzó
siendo una necesidad meramente adaptativa para el Homo Sapiens ha ido
transcendiendo con el paso de los años hasta convertirse en un referente social,
reflejo de nuestra personalidad, estatus, cultura, incluso sexo.
Según el psicólogo John Carl
Flügel en su afamado libro Psicología del
vestido (1935), los motivos fundamentales del uso de las ropas eran tres
esencialmente: decoración, pudor y
protección, pero todos coincidiremos en que actualmente la decoración se ha
convertido en un tema principal y a la que personalmente le añado otra que no
debemos dejar pasar desapercibida:
La ropa como búsqueda de identidad y de diferenciación con los demás.
Dicen que treinta segundos suelen bastar
para poder formarnos una primera impresión de alguien a quien acabamos de
conocer, y entre otras variables, la que más apremia es la apariencia física: desde el
cabello, los ojos, nuestra forma de caminar y de vestir, etc; ya que como
decíamos, no solo la forma en que nos vestimos si no como la llevamos, refleja nuestra
esencia.
Varios estudios han concluido que la gente cree que
vestirse “bien” es sinónimo de inteligencia, profesionalismo, y socialmente
atractiva; mientras que aquel que se viste “mal” irradia todo lo contrario. En
consecuencia los que se visten “bien” obtienen una respuesta mejor por parte de
otros (Soloman, 1987).
Si tuviéramos
que categorizar distintas personalidades a la hora de vestir y nos basásemos en
los estudios de Dogana (1984) obtendríamos estas 4 distinciones:
Tipo A: el narcisismo se
concentra en los valores del cuerpo y no se desplazan a los vestidos. A estas
personas el vestir les provoca escasa satisfacción.
Tipo B: estos sujetos no se interesan por la apariencia ni la comodidad, sino que desean vestirse del modo más práctico y eficiente posible para ocuparse de objetos de mayor importancia y atractivo.
Tipo C: hay aquí una fuerte carga de interés en los vestidos que asumen valor simbólico de ostentar la individualidad propia, que sirven como medio para atraer la atención o suscitar la admiración de los demás, el Dandy.
Tipo
D: renuncia a todo tipo de refinamiento para hacer de
la indumentaria un símbolo del deber y del trabajo. Prefieren los trajes
sobrios y ordenados que reflejen el Súper YO que los representa.
La pregunta es: ¿cómo quieres que
te vean?
Aquí os dejo unas ligeras pistas para que en base a esto podáis crear vuestra personalidad
del vestir, única e irrepetible.
Para empezar los colores
dicen mucho de nosotros y a la vez modulan nuestro estado anímico, por ejemplo,
se ha demostrado que el rojo hace que los hombres se sientan más atraídos por
las mujeres y por ende, a las mujeres sean más atractivas. Por otro lado, los
colores oscuros irradian seriedad o pasar desapercibido, como el blanco
inocencia, etc.
En un estudio de la Universidad de Rochester demostró que
las personas que visten de color rojo se muestran sexualmente más atractivas
que aquellas que usan otros colores.
Vestir de una forma juvenil al parecer puede hacerte
ver y sentir más saludable (pero sin pasarse). Mientras que las gafas, por un
lado hacen ver más elegante y por otro, menos atractivo.
Si utilizas a menudo una marca de ropa es posible
que sea, porque te gusta el estatus que te hace parecer al llevarla.
Si tu manera de vestir, independientemente de tu
trabajo, es formal puede significar que eres muy consciente, por el contrario si
eres más bien dejado, y poco convencional estarás más abierto a las
innovaciones.
ATENCIÓN! También es
importante, cómo actuamos y nos sentimos llevándola puesta
Lo que llevas puesto afecta la forma en que actúas: cuando los sujetos de
una investigación vestían batas de laboratorio actuaban más atentos y
cuidadosos.
Para terminar, me gustaría daros un consejo: lo
importante es saber quién eres y actuar acorde a cómo te gustaría ser, y a
partir de ahí definir tu manera de vestir, tu forma de actuar, tus toques
personales en el hogar, en el trabajo, etc.; en definitiva, no seas un mero reflejo
de los demás.
Autora:
María del Pilar Muñoz Saavedra. Psicología.
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